miércoles, 20 de julio de 2016

Lolei. Memorias de lo inconfesable (41)


CAPITULO
41

Las conclusiones del examen fueron contundentes, en varios aspectos. Desde mi impresión individual, significó descubrir en palabras ajenas una sensación que venía observando desde mis primeros días de convivencia con Lolei.
Los rasgos de la personalidad descriptos en el informe se correspondían taxativamente con su conducta, con su modo de pensar y de actuar, con sus sentimientos más arraigados. Leer cada palabra era como estar viéndolo él. Su exactitud era asombrosa, de punta a punta.
Mientras vivió conmigo, Lolei fue exactamente eso.
Se sabe que las conductas humanas son muy complejas, mucho más de lo que vemos o lo que deseamos ver. El tramado de directrices de una vida es inconmensurable, y es imposible comprenderlas en su totalidad. En este caso, el retrato de mi amigo era tan detallado que resultaba un aporte de notable validez para interpretar una parte de su ser interior, y que evidenciaba consecuencias tangibles en su accionar, en el de su pasado y en el de su presente.  Pero analizar en profundidad sus sentires y procederes a lo largo de su vida no interesaba tanto como los efectos palpables y urgentes que teníamos por aquellos días.
Lo que sí importaba era que sus contradicciones pretéritas confluyeran de manera negativa para modificar el presente. Y allí es donde el examen del hospital y las pruebas presentadas en el expediente jubilatorio entraban en choque, hasta el punto resultar un perjuicio irrevocable. 
Hasta un ignoto como yo fue capaz de advertir las gruesas discrepancias entre las conclusiones de su examen y los testimonios  del expediente, casi veinte años más tarde.
Tal vez el error de Lolei –uno de sus tantos desaguisados- radicó en subestimar la capacidad de análisis de los funcionarios, en intentar engañarlos con la narración de hechos que no se correspondían con la realidad y, en consecuencia, no poder demostrarlos.
Un segundo desliz fue la decisión de agregar una profusa documentación sobre los días de la internación, que finalmente dejaron a la vista el puñado de contradicciones.
A juicio de los burócratas del Instituto, el móvil político del despido del ministerio quedó desacreditado por la falta de pruebas contundentes para demostrarlo. Y las causas de la internación en el hospital de Melchor Romero tampoco se correspondían a la angustia relacionada a una persecución política y laboral, como Lolei intentó exhibir en sus citas. Ambas circunstancias –la internación y el despido- desembocaron en el exilio, situación por demás dolorosa y verdadera, pero las razones no se articulaban entre sí.
Es cierto que estuvo internado durante dos meses por causa de su alcoholismo. También es cierto que fue detenido ilegalmente y sometido a torturas. Y finalmente es cierto que fue despedido de su trabajo y luego decidió marcharse del país. Lo que no pudo acreditar mi viejo amigo –y falló en su intento de argumentarlo- fue la concatenación de sucesos. Falló en las fechas. Para dar una sola muestra de ello, basta con comprobar, a través de su pasaporte, que Lolei se fue del país el 19 de noviembre de 1978 y su regreso definitivo fue el 4 de julio del 1985, es decir, casi siete años viviendo en España, bastante menos de los quince declarados.
Por un lado, Lolei fue detenido “por error” por las fuerzas militares que gobernaban en el país hacia comienzos del año 77, en momentos en que la maniobra de chupar gente estaba en su apogeo. Es cierto que estaba “marcado” por su abierta oposición al régimen dictatorial, y esa postura suponía serios riesgos, máxime si lo hacía en un ámbito de trabajo del Estado. Hay que ser muy sagaz o muy incauto para criticar a los jefes en el propio lugar de laburo y procurar que los patrones no se enteren. Esto sin contar la cantidad de alcahuetes ideológicos o a sueldo que lo rodeaban en una oficina de un ministerio público.
Lolei, fiel a su estirpe, profesaba una profunda vocación democrática y abominaba de las dictaduras. Y lo decía sin medir consecuencias, como buen lenguaraz que era.
No hay que olvidar que su padre, militante radical de larga trayectoria, supo defender la Revolución Libertadora del 55, que no fue tan sanguinaria como la que gobernó el país dos décadas después. Pero luego cayó en desgracia con el asalto al poder de Onganía, cuando ocupaba una banca en la diputación provincial.
Sospechar que Lolei defendía a rajatabla los ideales de su padre pudo ser un atenuante para que pasara a ocupar una “lista negra” junto a los miles de perseguidos que hubo en el país durante aquellos años.
Tampoco hay que dejar de lado su breve paso por la militancia estudiantil a principios de los 60, acompañando entonces a un joven dirigente como Sergio Karakachoff, que fue secuestrado y asesinado en septiembre del 76, meses antes de que lo levantaran a él.
Hasta aquí, sólo se trata de amasar presunciones, con datos más o menos concretos de la vida de Lolei, los documentados y los revelados por él mismo.
Sin embargo, el carretel de hipótesis podría tener más vueltas de lo ostensible que ayudarían a aportar más luz a esta oscura trama. El problema fue que el viejo nunca profundizó sobre esta parte de su historia, no dejó mayores testimonios que los ya analizados.
Su versión de los hechos, contados con voz propia, fueron escuetos, soslayados y, por supuesto, tendenciosos.  Al menos en lo relativo al secuestro, sólo habló una vez, como al pasar, como si se tratase de un suceso accidental y sin importancia. Me lo contó sin que yo se lo preguntara, una de nuestras tantas noches de copas, como en un monólogo interior…



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(XLI)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Jujuy 1261
7600 Mar del Plata
Argentina

De: Alan Rogerson
Chez Stéphane Vérgérico
2 Rue Louis Braille
Bordeuax
France

25 Août  1986
Querido amigo Hugo:
Perdóname por no haber escrito antes. Llevas razón cuando reclamas que hace mucho tiempo no tienes noticas de mí. Tampoco he escrito a mi madre, a mi hermana, a Kate ni a nadie. Esto no quiere decir en absoluto que no pienso en ti; al contrario, lo hago muy seguido, al igual que recuerdo a mi familia. Te explicaré lo que ha pasado.
Como suele ocurrir en las academias, las vacaciones no son pagadas, lo cual significa que debo pasar tres meses sin sueldo, sin nada. Este verano hubo días en que no comí por falta de dinero. Lo que hago cuando no tengo nada para vivir es no escribir. No me gusta dar malas noticias, no me gusta trasmitir feos momentos. Además, no encuentro las palabras adecuadas. Hoy escribí a mi madre, a mi hermana y por supuesto a mi mejor amigo Hugo.
Quiero que sepas algo, aunque te resulte difícil creerlo: siempre tendrás un lugar en mi corazón. Tal vez parezcan sólo palabras huecas, pero créeme que no lo son. Hoy fui al banco y me dieron algo de dinero. Así que llamé a mi madre y me dijo que habías escrito. Me pidió que te respondiera y que te dijera que le pareces un señor simpático.
No trabajaré en la misma escuela el año próximo. El jefe no me ha pagado desde el 15 de abril y el dinero que acabo de recibir es bien flaco. El año que viene no sé qué haré. He tenido bastantes problemas con el trabajo, con las chicas, con el alcohol (algunas cosas nunca cambian, ¿verdad?)
Estuve en Biarritz hace un mes con una pareja de ingleses. Mientras el padre salía a pedir limosna por las calles, yo cuidaba al crío. Me topé con un tío de Mar del Plata, un tío muy majo. Le hablé de ti. Le daré tus señas para que te llevara los buenos días de mi parte. Ya ves que no te he olvidado. Le conté lo que hacíamos juntos. Su nombre es Pablo Sánchez  y su padre es abogado.
Aquí en Burdeos hace un calor que ni veas. Ayer fui a la playa con una chica que conozco; ella compró una botella de whisky que liquidé yo. Por supuesto que intenté ligar, sabes que cuando cojo pedo gordo tengo menos complejos.
A propósito: recuerdo que me preguntaste si había algo entre Jorge y yo, y la respuesta es un no. Ese tío es un mitómano. Le ofrecí mi cama para que no durmiera en la calle y yo terminé durmiendo en el suelo. Esa es la verdad. Además, Jorge no es lo que llamo un Don Guapo, ¿no?
Querido Hugo, seguro encontrarás un mogollón de errores, me he equivocado bastante en esta carta. En lo que no me equivoco es cuando digo que te quiero mucho, guardo un gran afecto hacia ti en mi corazón. Siento mucho que hayas esperado tanto tiempo para recibir una carta. Escríbeme pronto, te quiero

Alan

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