sábado, 5 de diciembre de 2015

Lolei. Memorias de lo inconfesable (17)


CAPITULO
17

-El 56 no fue un buen año en la facultad. Desde el comienzo me costó insertarme en el ritmo de las cursadas y también del estudio. Trataba de convencerme que el descanso obligado por el Servicio Militar era el causante de la desidia. En mi casa tía Julia no cuestionaba mis razones y mi familia, bastante ajena a todo, también se conformaba con mis explicaciones. Compensaba en algo la situación que seguía perfeccionando mis estudios de inglés, ya avanzados, y de francés, aunque en menor intensidad. Me fue bien en Derecho Civil I y II y en Derecho Penal I y reprobé Derecho Comercial II. Por aquella época La Plata era un hormiguero de estudiantes provenientes de todo el país. Crecían las peñas y los encuentros en los clubes, salidas que se alternaban a los cines, los teatros, los conciertos. Con viejos amigos de Mar del Plata, algunos que estaban en la Capital, junto con nuevos camaradas y compañeros de estudio, nos reuníamos en casas, en bares y clubes. Había ciertas libertades y algo de agitación. Reinaba un clima general de distensión. Volví a encontrar a la Negra Teresa, casi por casualidad, en una fiesta del Jóckey Club. Había ido con su nuevo novio, un estudiante de Ingeniería tres años mayor que ella y que estaba a punto de recibirse. Me contó que estaba haciendo la carrera de Farmacéutica, que aún vivía con sus padres y que en el verano no estuvo en Mar del Plata porque había decidido hacer un viaje al norte del país, junto a su novio. Preguntó por la muchachada y les di las novedades que recordaba, que no eran muchas. Hablamos un buen rato y nos despedimos como viejos conocidos –ni siquiera como buenos amigos, tal vez porque nunca lo fuimos-, sin rencores y buenos deseos. Me alegré de verla y al mismo tiempo me entristecí de encontrarla con otro novio. Sabía que no había esperanzas de rehacer la relación, pero tal vez el hecho de encontrarme solo, de no haber estado con ninguna mujer desde nuestra separación, me atrapó la malograda nostalgia de añorar lo perdido. Pasarían varios meses hasta que pudiera darle un mejor rumbo a mi vida sentimental.
A mediados de ese año surgió la posibilidad de que los padres de Lolei se radicaran en La Plata. Los motivos del traslado, al parecer, giraban en torno a las discordancias políticas de don Domingo. Poco a poco su actividad había entrado en receso. En los medios locales se barruntaban comentarios de toda índole sobre la desaparición brusca y premeditada del ex concejal.
Un artículo del diario La Mañana se preguntaba si ese eclipse era total o parcial, y examinaba hipótesis para explicar la decisión. “Porque Cavalcanti, que se ha substraído a la acción en el escenario donde ocupó siempre puestos de primera fila en la hora de la pelea por la libertad, no entró a la arena política por casualidad sino por convicción. Quien nos las tuviera, y por cierto arraigadas, no habría actuado en el lapso en el que quedarse quieto era lo más cómodo y lo menos comprometedor, y en cambio ubicarse en la vereda de enfrente de la dictadura, y mostrarse allí, era exponerse moral y físicamente al ataque y la calumnia”, se escribía.
Pero las versiones iban más allá: “Se dice, y a veces la voz de la calle funda su decir en algo más que simples presunciones, que Cavalcanti se trasladaría a La Plata, donde pensaría radicarse. Es ajena la política a su resolución, sin que esto implique que ese cambio de escenario deba interpretarse como un retiro político”.
Y culminaba: “Sus amigos creen, y así lo señalan, en que reaparecerá aquí o allá, porque ese eclipse que se ha impuesto no es un eclipse total sino un eclipse parcial. Descanso, si se quiere, ganando en la brega larga y difícil contra el régimen; etapa acaso definitivamente superada, si no se restan las energías útiles a la empresa de la reconstrucción. Más erizada de obstáculos todavía que la de derribar la tiranía”.



Esta contingencia contrariaba fuertemente a un disipado y cómodo Lolei. Varias posturas estaban en juego, mayormente disolubles. Por un lado porque la llegada de su familia a La Plata era vista por él como una amenaza a su bien llevada independencia, por entonces ayuna de exigencias y prolífica de libertades. Y no creía estar dispuesto a retroceder un paso en su carrera para volver a vivir con ellos.
Por otra parte, eran cada vez más palpables las discrepancias familiares surgidas del fervor que su padre concedía a la actividad política, una circunstancia de larga data que fue acumulando consecuencias negativas al normal proceder hogareño.
Esta aventura, sin embargo, reportaba réditos económicos y sociales que merecían ser aprovechados. Para Lolei, la disyuntiva estaba planteada entre el bienestar del conjunto familiar o su complacencia personal. Aún sin conocer a fondo las eventualidades estrictamente políticas por las que atravesaba, Lolei se inclinó por tratar de convencer a todos de que no era el momento para abandonar una lucha que tanta sangre, sudor y energía había costado a él y a su pueblo. “Te debes a tu gente, la que te puso en este lugar y a la que tanto has ayudado”, pudo haberle dicho, palabras más, palabras menos.
En mayo del 57, en ocasión del acto por el Día del Trabajador, don Domingo reaparecía públicamente en Mar del Plata dejando su mensaje en las emisoras locales. “Trabajemos más y mejor, porque el trabajo intenso y honrado es como la lluvia, que lava el alma de las pasiones, purificándolas devuelva la alegría de vivir y beneficia en sus alcances mediatos e inmediatos, proyectándose de prosperidad, de progreso y real bienestar en un porvenir cada día más promisorio”, vitoreaba a la ciudadanía.
Ya reincorporado a las filas de la Unión Cívica Radical del Pueblo, el 11 de ese mes participaba de un congreso que esta facción organizó en C. Nicanor Otamendi, en el partido de General Alvarado. La crónica del Diario El Argentino de esa localidad destacaba que cuando se anticipó la presencia de don Domingo Cavalcanti, su nombre “fue saludado con una significativa salva de aplausos por la numerosa concurrencia, integrada seguramente por muchos de los que fueron alumnos de este digno educador y demócrata insobornable, que prefirió truncar su carrera antes que claudicar ante la ignominia que mancilló las aulas argentinas”.
Ante la multitud, el dirigente se refirió una vez más con elogios hacia la Revolución Libertadora, aclarando que se trataba de la tercera de las auténticas revoluciones argentinas, junto con la de Mayo de 1810 y la de Caseros de 1852. “Se diferencian de los motines militares de 1930 y de 1943 en que estas sólo trajeron fraude, corrupción y despotismo, sin modificar las instituciones, en tanto que las del siglo pasado y la del año 1955 concretaron su lema de Libertad y Justicia sin olvidar los postulados de bienestar general, que no será nada fácil de realizar por culpa de los inmensos despilfarros del desgobierno peronista, que nos hace pagar a todos los platos rotos…”.
El nombre de Domingo Cavalcanti comenzó a figurar entre los posibles candidatos a intendente del municipio de Gral. Pueyrredón para las elecciones del año siguiente: Trevisonno, Elgue y Cavalcanti por la UCR del Pueblo; Begué, Tarantino y Crovetto por la UCR Intransigente; Murguier y Labatut por la UCR Voto Directo, se especulaba entonces.

Para Lolei, aquel año 57 también pasó sin pena ni gloria.
-Puedo confesar que me la pasé bastante de joda. Tuve alguna conquista que no merece recordarse. En la facultad no me destaqué: aprobé Derecho Internacional Público y Derecho Penal II; en Derecho Civil III fui aplazado. Después de rendir este examen, a mediados de diciembre, volé a Mar del Plata a reencontrarme con las esperadas vacaciones. En enero murió mi tía Celina, la mayor de las hermanas de mi mamá, a los 69 años. No fui al entierro porque me había pescado una gripe tremenda. Ese verano tuve una vida social más interesante que el anterior. Esta vez no alquilamos carpa en la Bristol sino que nos dedicamos a recorrer varias playas. Frecuentábamos una de ellas por tres o cuatro días y nos mudábamos a otra. A veces el grupo se dividía entre quienes se quedaban algún día más en una y se sumaba después a la mayoría. Al atardecer nos metíamos en alguna matiné a escuchar música y beber algún trago. Para entonces yo ya era un apasionado tomador de whisky y fumaba casi un paquete diario de cigarrillos.
Al viejo le bastó con nombrar la palabra ‘cigarrillo’ para sentir deseos de fumar. Le prendí uno. Amagó con pedir whisky y lo frené en seco. “Seguí contando”, le dije.
-Recuerdo una noche en un baile en el Hurlingham Hotel. Fuimos con dos muchachos de la barra, Guido Valentini y Rodolfo Seyfert, los tres solos, porque nadie quiso acompañarnos a ese lugar. A esas juergas asistía mucha gente joven del “centro”, y se mezclaba con turistas que llegaban para la temporada. Había músicos de jazz –solían ir Ángel Ratti y su típica a ese lugar- y, lo más importante,  buen material femenino. Confieso que el ambiente no era el que más me gustaba, pero después de varias copas era dado a hacer migas con cualquiera. No sabía bailar y rara vez invitaba a alguna chica, pero ahí se podía entablar una charla con sólo acercarte a la mesa, siempre procurando ser simpático. Tenía a favor a mis compañeros, muy pintones y cordiales, bastante más que yo. Allí esa noche conocí a una mujer, que estaba sentada con tres amigas en una mesa alejada de la pista. Rodolfo encaró primero y se presentó; nos dio el visto bueno y nos sumamos con Guido. Hablamos de fruslerías, supongo, un buen rato. A mi lado estaba esta chica; se llamaba Adriana, creo. Era de un pueblo de la provincia de Buenos Aires y estaba visitando a unos familiares. De las otras, dos eran sus primas y la tercera una amiga de ellas. Era un año menor que yo y no tenía novio; había estado comprometida pero el muchacho había muerto trágicamente. No quise preguntar demasiado y le dije que lo sentía mucho. Contestó algo así como ya es demasiado tarde para lamentos, son cosas que pasan en la vida o hay que mirar hacia adelante porque la función continúa. Entonces le conté sobre mí, mientras pedíamos otro whisky para mí y una gaseosa para ella. Ninguna de las chicas tomaba alcohol. Seguramente le detallé que era estudiante de abogacía, que vivía en La Plata y mi padre era concejal y hasta se hablaba de que podría postularse para intendente, que ahora yo estaba de vacaciones en la Feliz, esa clase de minucias. Tal vez mencioné algún libro para impresionarla, o alguna película; probablemente tiré algunas frases en inglés. Hasta que comencé a percibir, o casi a tener de la certeza, de que era muy hermosa, más que cuando nos sentamos a la mesa, más aún que una de las primas, que en verdad era la más bella de todas, seguramente desde que nació. Me percaté también que cada whisky duraba menos y que la prima linda tenía su cara a centímetros de Rodolfo y se reían como locos. Seguíamos hablando de cualquier cosa, entre todos, y en cierto momento me escuché emitiendo alguna ponderación hacia la Libertadora, hacia Aramburu y hacia los radicales que luchaban por la democracia. Me sentí gesticulando como lo haría mi propio padre en cada mitin. Vi que la cabeza me daba vueltas y mis compañeros eran una imagen homogénea que se iba borroneando y alejando cada vez más y más hasta que el mundo de repente se terminó. La resolución es sencilla y no hace falta que lo explique: me agarré una curda de padre y señor nuestro y me pegué un golpe tremendo. Terminé acostado en el suelo, bien acostado, en ademán de crucifixión, con los ojos en blanco y la respiración casi nula. Contaron después Guido y Rodolfo que tuvieron sumar a dos personas para poder levantarme y sacarme del lugar. El siguiente recuerdo que me quedó es haberme despertado en un sofá. Era la casa de Guido, la que quedaba más cerca del Hurlingham, adonde me habían llevado no sin batallar duramente con mi cuerpo moribundo. Me dolía hasta la lengua, de eso no me olvido. Fue la primer gran borrachera que recuerdo. Y la primera con papelón incluido. Tiempo después se contó como una anécdota, pero en el momento les hice pegar flor de julepe. La versión oficial indicaba que el susto más grande se la llevaron las mujeres, que habían vivido por primera vez un espectáculo de esa magnitud. Por supuesto que nunca más la vi, y ni siquiera supe las señas de las chicas que vivían en Mar del Plata. La prima de ellas, Adriana, la que se embellecía con el correr de la noche, debió ser atendida por un ataque de histeria. Dicen que decía que me había muerto, y gritaba que por qué tenían que morirse los hombres que se le acercaban, que estaba maldita y terminaría soltera y desgraciada. Allí me enteré que su prometido había muerto despedazado en el bombardeo criminal a la plaza de Mayo. Con el paso del tiempo le fui restando importancia a este acontecimiento, porque al fin y al cabo no sería el último. Las curdas bochornosas fueron lugar común en varias etapas de mi vida. Lo que nunca pude fue reconstruir claramente el rostro de Adriana, como si la imagen que prevaleciera en mi memoria fuera la última, ya manchada por las nieblas del alcohol. Y cada vez que me esforzaba por recuperarla, intercedía una cortina de humo y destrozos en la ejecución de la plaza. Como si su retrato y los restos de la masacre fueran el mismo. Y tal vez lo fueran en algún punto, pues ambas conllevan una pérdida. Y en esa confusión, están el rostro que yo perdí y la vida que ella perdió.
-¡Las cosas que hace un pedo!-, le dije en tono sobrio.
-Un descomunal pedo y los milicos-, corrigió. Uno te caga la noche, los otros la vida.


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(XVII)

Para: Hugo Cavalcanti Palacios
Academia de Idiomas Gref
Calle Santa Engracia 62 4°
Madrid – España

De: Alan Rogerson
I Bradgate Street
Ashton –II-Lyne
Tameside - Manchester

8 November 1983
Querido Hugo:
Gracias por todas tus cartas. He recibido muchas y he escrito pocas. Soy muy haragán, siempre me digo ‘mañana escribiré’ pero, como ya sabes, ‘tomorrow never comes’. Me esforzaré por escribir más. El problema es que no tengo ganas de hacer nada.
Te llamé esta mañana, me alegró mucho oír tu voz. Mme. Chardy me dijo que no había muchos alumnos. Espero que tú tengas en buena cantidad. Qué lástima que ya no tengas clases con la familia Lobarto; cuando los alumnos no aprueban, los padres siempre lo achacan al profe.
Sigo sin trabajo y por eso volví a Manchester. Hay más posibilidades en Londres, pero allí no tengo casi nada, y aquí tengo a mi familia, mis amigos. Cuando le dije a Danny que me iba, no le gustó. Pero si vuelvo a Londres, vuelvo a la mierda. Estoy triste y aturdido, porque la gente que conozco en Londres no quiere me vaya y la gente de aquí no quiere que vuelva. ¿Qué hago? Es un dilema.
En realidad me quiero marchar al extranjero otra vez. Inglaterra está jodida, no me ofrece nada. A veces soy realista y me doy cuenta de que no quiero asumir responsabilidades, que quiero vivir como lo hacía en España, una vida libertina, sin preocupaciones, sin responsabilidades. Si hubiese podido conseguir algo aquí habría intentado cambiar. Bueno, en cierto punto cambié. Pero si regresara allá tendría que esforzarme por conseguir algún trabajo.
No estoy contento aquí. Cuando regresé de España, sin saberlo, cometí un error. Ahora volví a Manchester y si sigo sin conseguir trabajo, cometeré otro, y esto me preocupa. Pero confío en que algo saldrá. Lo que me jode es la incertidumbre. Ya veré.
Bombazo: Rob y Jan vendrán para acá en Navidad. Se van a casar. Jan está embarazada y dará a luz en primavera. El niño debería llamarse Alan; es un nombre árabe que significa ‘mataabstemios’. A lo mejor, para celebrar el casamiento, puedo organizar un viaje a Valencia. Podemos ir tú y yo, Rob y Jan, Rosa y René; la pasaríamos bomba todos juntos, bebiendo y cantando en el autocar. René se cogería una merluza y Rosa se enfadaría.
Todavía no he visto a Anna. Le he llamado dos veces por teléfono. Está muy ocupada, tiene que estudiar. Quedamos hace una semana, pero me vine para acá. Mañana debo cobrar el subsidio de paro. Iré a Londres. Tal vez Danny se venga conmigo unos días a Manchester.
Recibí una carta de Claudia, la maja chica francesa. Desgraciadamente su hermano murió en un accidente de coches. Él era muy majo, un poco pasota, pero un buen chaval.
La semana pasada vi a Lionel. Fuimos al pub y fumamos porros. Dijo que se va a marchar, está hasta los cojones de Inglaterra, no me extraña que se vaya. Yo sigo estudiando portugués. Ando por todas partes con el libro, nunca lo estudio, pero lo ojeo.
Dime algo, ¿cuándo se celebran las elecciones en la academia? Te lo digo porque la semana pasada recibí tres cartas de tus alumnos. Me contaron que eres el peor profe de la academia y que les gustaría hacer algo. Les aconsejé que votaran por ti. Les dije que su voto sería la satisfacción de muchos. Cuando les conté que habías ganado cinco veces en cinco años, pensaron que ya era hora de que dimitieras al cargo. Me mostré de acuerdo.
Aprovechando la ocasión, he compuesto unos versos, que intitulé “No queremos a nuestro profe”. Dice así:

Anda por calles concurridas
Orgulloso de dar clases aburridas.
Llega contento y cantando
Los alumnos salen chungos bostezando.
Entra sonriendo con un tomo
Ellos piensan que es un plomo.
Cuenta chistes, muchos a gogo
Hugo, por favor no seas tan patoso.
Sale contento, el trabajo hecho
Pero qué suerte: no tiene balas en el pecho.
Nosotras, las alumnas
No queremos más calumnias.
Nos dijeron que era un hombrón
¡Queremos un profe, no un cabrón!.
¡Queremos reír, queremos follar!
¡Pero el buen Huguito nos hace roncar!.
¿Y Hugo qué hace? Nos hace repetir
Pobre gilipollas, ¡debería dimitir!

Te voy a regalar algo para tu cumpleaños. Deberás esperar un poco, hasta que tenga pasta. Por ahora solo me alcanzó para una tarjeta. Si consigo la cinta, te la regalaré. Mandaré dinero también para Pepé. Espero tener pronto las letras de las canciones que me pediste. Me dijiste que estoy perdiendo la facultad de escribir en castellano; es lógico, no practico y cuesta mucho. Ojalá mejore.
Espero que mi poesía te haya gustado. Escríbeme pronto. Un abrazo muy fuerte

Alan


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