CAPITULO
8
Al
día siguiente quise dormir hasta tarde pero Lolei no me dejó.
Era
sábado y, pese a que la historia de la pelea se extendió hasta la madrugada, él
se desveló bien temprano y no tuvo el mínimo de piedad para dejarme dormir con
la tranquilidad que creía merecer. Antes de las nueve de la madrugada me
despertó a los gritos y no me quedó otra alternativa que bajar, con los ojos
pegados y una buena dosis de malhumor.
Comprendí
de inmediato que para el viejo todos los días eran iguales, no existía
diferencia entre un sábado y un martes, entre un día cuatro de un veintisiete.
Tampoco respetaba horarios para el descanso. Para él significaba lo mismo
dormir una siesta a las siete de la tarde que despertarse a las cuatro de la
mañana para ir al baño. Ese día, como uno más, como los que estaban por venir, simplemete
se despabiló y llamó.
Ya
comenzaba a ser una actitud constante que Lolei se empeñase en convocarme a
cada rato, muchas veces solamente para saber si estaba. Se tranquilizaba con sólo
tener la certeza de que yo estaba en mi casa. Era manifiesto su temor a ser
abandonado y necesitaba asegurarse de ello cada vez que la idea se le cruzaba
por la cabeza.
-Es
sábado y es temprano, me gustaría dormir un rato más-, le pedí.
Se
justificó diciendo que no sabía qué hora era. Le informé que todavía no eran
las nueve y, para hacer rendir el viaje, pregunté si necesitaba algo. Quiso ir
a mear, seguramente para aprovechar que estaba ahí, más que por tener
verdaderas ganas de mear.
Mientras
caminábamos hacia el baño, habló algo sobre el episodio de la pelea con el
padre, como si hubiese estado recordando más detalles. No le presté demasiada
atención, estaba medio adormilado y no tenía ninguna gana de escuchar historias.
Le pedí que me lo contara más tarde. Él no me prestó atención y siguió
hablando. Yo seguí sin prestar atención.
Es
probable que se diera cuenta de mi desinterés y, para retenerme y salirse con
la suya, avisó que además de mear tenía ganas de cagar. Lo único que faltaba,
me dije.
Como
pudo se sentó en el inodoro. Siguió hablando pero yo salí del baño, le dije que
no me apetecía verlo cagar, “a mí no me agrada que me miren mientras cago”,
avisé.
Aproveché
para acomodar la cama. Al cabo de unos minutos me llamó. Descubrí un detalle al
que no había prestado debida atención: el viejo se limpiaba el culo con los
trozos de papel de diario que estaban en la bolsita colgada en la puerta. Y no
los tiraba en el inodoro sino que los guardaba en una segunda bolsa que
escondía dentro de la bañera y que estaba repleta. Calculé que había papeles
enmierdados desde hacía meses. Ofrecí traerle un rollo de papel higiénico, “es
más cómodo para tirarlo”, aconsejé. Se negó, “con esto me arreglo bien”, dijo.
“Entonces podremos cambiar esta bolsa, te traigo una nueva y tiro esta que está
llena”, propuse. Ni aprobó ni negó, por lo que procedí a cumplir con el recado
sin pedir permiso.
No
tenía un olor agradable aquel pequeño y cargado recipiente de nylon, pero mi
olfato ya se estaba adecuando. Lo ayudé a pararse. Se subió el calzoncillo y el
pantalón. Tiré de la cadena y comprobé que no funcionaba. Tuve que descargar un
balde con agua para desagotar el inodoro. “Flor de sorete”, dije por lo bajo al
ver el contenido del retrete. Le exigí que se lavase las manos, acto que
cumplió sin chistar.
Volvimos
lentamente para la cama y, para ganarle de mano, en el camino le fui diciendo
que volvería a dormir y bajaría más tarde, tal vez cerca del mediodía. “Está
bien, a las doce te espero”, me comprometió. Me preguntó qué día era.
-Los
sábados no vienen los evangelistas-, sugirió al recibir mi respuesta.
Entendí
que el compromiso sería doble: bajar cerca del mediodía –“a las doce te espero”-
y, por supuesto, con el almuerzo. No estoy seguro, pero no es improbable que
internamente haya maldecido efusivamente a los evangelistas, una vez más.
-También
podríamos arreglar la mesa-, recordó.
Le
regalé una mirada insinuante y desde la puerta avisé con firmeza que volvería,
sí, por supuesto volvería, pero cuando me despertara, no a las doce, sino
cuando me despertara. A la hora que sea.
-No
te olvides la comida-, me despidió.
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(VIII)
Madrid,
19-IV-80
Querida
Julia: Como verás yo ando de nuevo por Madrid después de mis vacaciones por
Portugal y el sur de España. Sigo trabajando a lo loco para pagarme mis viajes.
Espero estar en las vacaciones y contarte mi vida aquí. Hasta entonces, un
abrazo de
Lolei
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Queridos
papá y mamá: Con unos amigos me vine a las romerías del olivo que hay por aquí.
Nos estamos divirtiendo a lo loco. Me parece que el lunes ninguno va a ir a
trabajar. Un beso y un cariño grande de
Lolei
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Mora
de Toledo, 27-IV-80
Querida
Julia: Otro fin de semana que paso fuera de Madrid con un grupo de amigos. Nos
vinimos a unas romerías famosas cerca de la ciudad de Toledo, en el pueblo de
Mora. Un gran beso y gran abrazo para ti
Lolei
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Madrid, 9-V-80
Querido
Carlos Alberto: Como ve, de vez en cuando me acuerdo de enviarle una postal.
Cuando vaya para allá el mes que viene le llevaré todas las que pueda. ¿Qué tal
andan sus cosas en el colegio? Ya sus hermanitas deben estar grandes, ¿verdad?
Bueno, querido sobrino, esperando verlo pronto, le envía un gran abrazo
Lolei
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